De lunas y mareas en Bolivia

Ponencia de Adolfo Gilly, militante y luchador social argentino-boliviano-mexicano de izquierda, autor de La revolución interrumpida entre otros libros, en Festival de la Digna Rabia (Chiapas, dic. 2009), sobre la revolución en Bolivia.

Las insurrecciones intermitentes
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1. La revolución que no quiere cesar en Bolivia es un proceso más profundo que la mera política, y va más allá de las élites y la economía. Es un cuestionamiento de los sustentos mismos de la dominación história de estas élites viejas y nuevas. Viene de muy abajo esta revolución, la mueve una furia antigua, y no la van a detener las masacres de las bandas fachistas, ni los frágiles acuerdos del gobierno central con los prefectos racistas de la medialuna.
La masacre de septiembre de 2008 en Pando con más de 20 campesinos asesinados a sangre fría por los sicarios de la minoría blanca; las espeluznantes escenas de humillación, dolor y castigo de los indígenas en la plaza pública de Sucre y en las calles de Santa Cruz de la Sierra a manos de bandas de jóvenes fachistas; los muros con grandes letreros que gritan "colla, raza maldita" dijeron claro a toda Bolivia que esa minoría oligárquica sabe bien lo que se juega, su poder no es negociable, sus tierras no se tocan, su derecho de mando despótico reside en el color de la piel, no en el voto ciudadano.
Esa minoría no está dispuesta a ampliar en sentido alguno tal derecho despótico, apoyada además por sectores blancos pobres cuya única "propiedad" es ese color de la piel que los separa de los indios. Mucho menos dispuesta está esa minoría a redistribuir propiedad o riqueza. Este es el nudo de la disputa en torno a la Constitución Estatal Boliviana - no si es más democrática o no, sino quien se queda con qué y quién manda.

2. La derecha boliviana, las viejas y no tan viejas elites, los dueños y señores de las tierras y las vidas, fueron derrotados por la extensa revuelta indígena y popular que se inició con la Guerra del Agua en el año 2000, culminó con la rebelión de El Alto en octubre de 2003, volvió a tomar La Paz en junio de 2005, tumbó dos presidentes en su trayecto, y concluyó con el acceso de Evo Morales a la presidencia en enero de 2006. La nueva Constitución aún sujeta a referéndum, y otras medidas importantes, han sido pasos para consolidar al nuevo gobierno en el terreno jurídico, político y económico.
Este curso fue aprobado una vez más por una enorme mayoría del pueblo boliviano en el referéndum 10 de agosto de 2008: 67% de los votos, es decir, más de dos tercios, con puntas superiores al 85% en las comunidades indígenas del Altiplano.
La minoría blanca de la región oriental con centro en Santa Cruz de la Sierra está sublevada, y con saña y ferocidad desafía esos resultados electorales nacionales, y amenaza secesión. Esa minoría sabe bien que no se trata de meras "ampliaciones democráticas" de la legislación existente -como dicen algunos personajes que hoy están en el gobierno-, sino de una revolución que cuestiona su poder y sus privilegios, el tramado hereditario de su mando despótico. Pues una revolución es uno de aquéllos momentos culminantes en que el movimiento insurgente del pueblo toca las bases mismas de la dominación, trata de destruirla, y alcanza a fracturar la línea divisoria por donde esa dominación pasa en la sociedad dada.
No se trata esa línea de la línea que separa a gobernantes y gobernados, cuestión política, sino de aquélla que separa a dominantes y subalternos. El clásico nombre de revolución social se refiere a la subversión de esta dominación social, y no solamente política y económica.
Esa línea divisoria - dominantes y subalternos - es nítida y profunda en Bolivia, no es tan sólo una dominación de clase - que sí existe -, es sobretodo una dominación racial conformada desde la colonia y confirmada en la república oligárquica desde 1825 en adelante.
En esa dominación ser candidato de pleno derecho significa ser blanco o mestizo asimilado. Para llegar a ser ciudadano, un indio tiene que dejar de ser indio, reconocerse y ser reconocido como blanco; romper con su comunidad histórica concreta, la de los aymaras, los quechua, los guaraníes, u otra de las muchas naciones indígenas bolivianas; y entrar como subordinado recién llegado a la comunidad abstracta de los ciudadanos de la república. No se espera, estos señores no esperan, que la república cambie y sea la república como es su pueblo; se exige que ese pueblo cambie en sus hombres y en sus mujeres, renuncie a su ser y su historia, y sea como es la república de los blancos, los ricos, los letrados, los hispanohablantes, donde por lo demás, el imborrable color de su piel condenaría siempre a esas mujeres y hombres a una ciudadanía de segunda, tal es la índole de esta dominación.
-Y ésto también se discutió en México en 2001, en el Congreso de la Unión-.

3. La fuerza y la coherencia de la revolución en Bolivia se nutren de una antigua civilización, negada hasta ahora en las leyes, pero persistente en los idiomas, las costumbres, las creencias, la solidaridad y las comunidades, tanto rurales como urbanas. El escándalo político de la nueva Constitución política de Bolivia es que niega esta negación, y explícitamente reconoce la existencia y los derechos de esa civilización originaria y sus culturas.
En las montañas y los valles del Alto Perú, los dominados de piel oscura no fueron traídos de otras tierras, estaban ahí antes, eran y siguen siendo la civilización andina originaria - que sigue hablando esa lengua en la cual nos habló Hugo [Blanco] en su exposición durante un ratito-.
El cineaste Jorge Sanjinés, en una película inolvidable la llamó "La Nación Clandestina". En México, Guillermo Bonfil usó la expresión "México profundo, una civilización negada". Siguiendo sus pasos, la nombré una civilización subalterna en mi libro "Historia a contrapelo". Clandestina, negada o subalterna, su entramado hereditario social y cultural, presente como costumbre en la vida cotidiana, aparece con violencia a la hora de organizar las revueltas y las rebeliones de sus herederos y portadores, porque son ellas revueltas y rebeliones de raíz tan profunda como honda y persistente es la dominación de matriz racial.
Los dominados y subalternos, llegados el día y la hora, se sublevan para conquistar los derechos que esa república racial les niega o les recorta: la dignidad y el respeto, los espacios de libertad y de organización, los recursos naturales de su tierra, la educación, la salud, todo cuánto constituiría el entramado social de una república de iguales.
El antiguo lema republicano "libertad, igualdad, fraternidad" tiene en tales rebeliones su doble: "tierra, justicia, solidaridad", pues no hay en esas latitudes libertad sin reparto agrario, igualdad sin justicia para todos, ni fraternidad sin solidaridad interior de las múltiples comunidades y de la comunidad entera de esa nación de naciones que es Bolivia.
No se trata sólo de un nuevo orden político y económico, se trata de lo que en el contexto boliviano constituiría un nuevo orden social. De ahí la violencia bestial de las reacciones de los grupos privilegiados minoritarios y sus sicarios, como en Pando, en Santa Cruz, en Chuquisaca. Toda Bolivia, y en especial la Bolivia indígena y popular que ganó abrumadoramente el referéndum de agosto de 2008, ha visto por televisión y escuchado por radio esa violencia de humillación y muerte ejercida sobre sus hermanos y hermanas. Collas, raza maldita. Esas imágenes les han vuelto a mostrar, mejor que todos los discursos lo que ya han conocido y vivido en carne propia y en la de sus padres y abuelos. Han podido ver en vivo y en colores la amenza presente del regreso del pasado. No lo permitirán. Tienen suficiente experiencia y organización para saber responder a la violencia con la violencia si sus gobernantes - de quiénes esperan pero a quiénes también exigen - no paran y castigan a los criminales, única salida sensata y efectiva que podría derivar de las negociaciones en la presente relación de fuerzas enfrentadas -estas negociaciones son entre el gobierno y los prefectos de la medialuna derechistas y racistas -.
En Bolivia las organizaciones indígenas y populares del Oriente, del Altiplano y de los valles están en movilización, y algunas literalmente en pie de guerra. En este terreno, una revolución cuyos hacedores y protagonistas no están dispuestos a dejársela arrebatar ni a negociarla cualquiera sea el costo y la violencia que los terratenientes y los racistas impognan. En este terreno están los enfrentamientos en Bolivia.
Tal vez la salida no sea inmediata, pero como en octubre de 2003 si aquéllos no ceden, el desenlace que ellos buscan se resolverá en las calles y en los campos, como volvió a mostrarlo en octubre de 2008 el cerco de pueblo en pie de guerra sobre la ciudad de Santa Cruz.


Glifo Barca de Tunupa
4. No son nuevas las rebeliones populares indígenas en Bolivia, no sólo para cambiar sus condiciones de existencia bajo la dominación colonial y racial sino también para subvertirla. Sergio Serulnikov - un historiador del pasado boliviano - entre otros, ha indagado sobre las insurrecciones indias -Tupac Amaru, Tomás Catari, Tupac Catari -, que en el mundo colonial andino del siglo XVIII buscaron imponer gobiernos propios. Dice su estudio que tal tipo de gobierno indígena significaba
"poner en acción prácticas políticas que minaron el principio fundante del colonialismo, la noción de que existía un definido vínculo entre poder y cultura, que el dominio se basaba en la inherente superioridad de la civilización europea", ahí residía, ayer como hoy, la radicalidad de esta subversión.
La insurrección de Tomás Catari en Chayanta a finales del siglo XVIII estableció un efímero pero real gobierno indio a escala de una región, aún enmarcado simbólicamente en el poder de la corona española - tomaron la región, la gobernaron pero reconocieron al rey Fernando, nada más que gobernaban ellos, no los criollos-. Pero lo que así ponían en cuestión, escribe el historiador "era el edificio entero de la hegemonía colonial, el uso de la diferencia cultural -dice diferencia, no superioridad- como significante de inferioridad racial, y el empleo de la noción de inferioridad racial para reivindicar el derecho de dominación política. Fue sólo cuando un siglo después esta amenaza se
desvaneció, y únicamente a costa de domesticar su contenido subversivo original, que los gobernantes republicanos se aventurarían a incorporar a los grandes movimientos campesinos en su propia narrativa histórica". [...]
Queda subsumida en ésta la historia india, pero negada e interrumpida como historia propia.
En 1980 Bonfil Batalla anotaba "las tesis evolucionistas del siglo XIX fueron un recurso estupendo para justificar esta nueva exclusión, los pueblos indios resultaban rezagados en el nuvo proceso histórico, y requerían la redención del progreso ya que no la de la fe cristiana como en la época de la conquista". Ese progreso redentor es presentado
entonces como un proceso civilizatorio infinito, cuya llegada a término es imposible - nunca se podrá terminar el proceso civilizatorio- dada la inferioridad natural de los indios, postulada desde los tiempos de la controversia entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de Las Casas en Valladolid en 1550.
Es este postulado esencial de la dominación colonial lo que las insurrecciones indias con su peculiar intermitencia fueron poniendo en cuestión en los hechos, y no sólo en las doctas polémicas - las insurrecciones indias con su peculiar intermitencia: estallan, regresan, estallan, regresan, es la historia de las civilizaciones indias en América Latina desde después de la conquista -.
En las insurrecciones andinas - dice el historiador Serulnikov - "lo que los criollos aprenderían rápido y sus descendientes en el siglo XIX no olvidarían es que la movilización autónoma del campesinado andino y el encumbramiento de uno de sus líderes como autoridad suprema eran incompatibles con la perpetuación de los mecanismos de subordinación colonial cualquiera sea el régimen político formal que lo enmarcara.
Aún cuando esos insurrectos buscaron legitimar su movimiento declarando lealtad a la corona, acudieron a los tribunales coloniales por sus derechos, o intentaron alianzas con segmentos de las élites criollas, al desafiar de facto su lugar en el orden natural de las cosas - dice el historiador- la movilización indígena destruyó todo terreno común entre colonizadores y colonizados. Una vez más el problema analítico es desplazar el eje de los programas y las ideas al campo de las relaciones de poder en donde las ideas cobran su significado real".

5. Cada rebelión en este mundo se nutre de formas de cultura de organización cuyos orígenes y raíces están en la experiencia acumulada y transmitida. Cada uno a su modo específico las vuelve a encarnar transfiguradas y dominadas por el tiempo: no nos rebelamos como queremos inventar, nos rebelamos como hemos aprendido generación tras generación cada pueblo, cada comunidad.
Esas culturas y formas de la rebelión y la insurrección vienen de más lejos que los partidos y la política del tiempo presente.
[...]

6. La dominación no es nunca una losa superpuesta sobre una materia inerte. Es siempre una trama que se teje en el tiempo y se extiende en el espacio.
[...] Una mano tosca pero dócil es lo que creyó encontrar el poder colonial en la población indígena de las poblaciones andinas. Lo que encontró fueron manos que piensan, modos inteligentes de obediencia al mando impuesto sin los cuáles no hay trabajo humano posible; subordinaciones forzadas pero con vida, historia, lenguaje y cultura, pensamientos propios; manos e inteligencia cuyo sustrato es una civilización originaria con su historia y su cultura, muy anteriores a la dominación racial y a su entramado.
Los hilos de la historia indígena - esta que quisieron cortar- tienen su trayectoria en este tejido, contribuyen a sostener la trama entera, asoman y vuelven a asomar a lo largo del tiempo, con sus propios dibujos y colores. No están separados ya de los de la historia colonial y nacional, pero son otros más antiguos, tal vez hoy menos visibles, originarios y originales, los hilos de una historia marcada y cruzada por las otras - la colonial y la nacional- e inseparable de ellas, pero tan pertinaz como las lenguas, las costumbres, los alimentos terrenales y celestiales.


Dios de las Varas, Puerta del Sol- Tiwanaku (Intermedio Temprano, ca 200 aC.)
7. La historia universal no es una, ni tiene un cauce único en expansión desde Europa al resto del mundo; está hecha de múltiples historias, que miradas en el tiempo largo de los milenios, confluyen, se entrelazan y se entretejen en los andares de la especie humana porlos lugares y los tiempos.
Miguel León Portilla -uno de nuestros grandes sabios- nos habla de múltiples pero no muchas civilizaciones originarias. Él nos dice: "el concepto de civilización en su acepción antropológica, no se contrapone a cultura, sino que es una forma más desarrollada de ella. En una civilización hay vida urbana..." - vayamos pensando en Mesoamérica y en los Andes mientras digo ésto, leo a León Portilla - "... es decir, ciudades y formas más complejas de organización social, política, económica y religiosa; especialización en el trabajo, y creaciones tales como precisos cómputos del tiempo, escritura, centros educativos, y producción de lo que hoy llamamos arte. Ahora bien, en los procesos civilizatorios que ha desarrollado la humanidad, hay algunos que deben reconocerse como originarios, es decir, que en su origen se produjeron autónomamente, no derivados de otros. Todas las otras civilizaciones -la griega, la mediterránea, y las que quieran agregar- por muy desarrolladas que hayan llegado a ser, deben ser consideradas como derivadas o encaminadas por distintos núcleos civilizatorios. En la historia universal son pocos los casos de civilizaciones originarias".
León Portilla identifica como civilizaciones originarias autónomas seis: Egipto - el río Nilo-, Mesopotamia -entre el Tigris y el Éufrates- (de ellas vienen Grecia y Europa y todo lo que sigue), India - el río Indo-, la China -el río Amarillo-, Los Andes y Mesoamérica, ambas con grandes obras hidráulicas. ... tan antigua es la raíz de las rebeliones, de las culturas...
Como en todos los mundos y territorios dónde se formó una civilización originaria, historia y vida indígena de Bolivia tienen sustento y sostén en esa civilización pre-existente y persistente, de ella se impregnan las formas específicas de las varias modernidades. Esa civilización asoma en los gestos de la vida cotidiana, o en la forma peculiar de las fiestas, los amores, los duelos, las protestas o las rebeliones. Después ella parece esconderse, o ir a disimularse al fondo de la escena, y entonces la política y los políticos dominan, parecen dominar el escenario, pero no, allá permanece afirmada en el duro deseo de durar, hasta la próxima vez en que ese permanecer, esa permanencia se vuelva impermanencia, y en el espíritu, la revelación y la acción de la revuelta vuelva a mostrar lo cotidiano y lo extraordinario como una misma unidad de tiempo histórico. [...]
De este ritmo único y alterno de la permanencia y la impermanencia tratan las historias de los subalternos, de estas insurrecciones intermitentes; historias clandestinas, oscuras o negadas, pero historias imborrables porque sucedieron.
Al igual que en los mares por la luna, en la historia el lado oculto también regula las mareas.

Fte.del audio: enlacezapatista


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